Carta a mi amiga Lupita

Poco a poco he estado perdiendo amistades valiosas, no porque lo desee, la realidad es que suelo pasar horas enteras perdido plácidamente en mi apatía, dejando en mi camino una montaña de acumulación de mensajes desatendidos, encuentros postergados, planes inconclusos, y algo aún más grave, una colección de amigos, o quizás enemigos embravecidos porque no contesto sus mensajes. Ellos no sospechan lo difícil que resulta vencerme a mí mismo. Solo no quiero que nada de esto se confunda con que ya no quiero o guardo poco cariño y respeto hacia el prójimo, sino que hay dentro de mí, un ser impertinente que le gusta aislarse del ruido y vivir en un mar de la nada; con algunos libros, una taza de té y filosofando cosas innecesarias.

Sé que nadie me entenderá pero es mi placer, asi como un drogadicto esclavizado necesita una dosis diaria de su sustancia para no sentirse abrumado, yo necesito de mi dosis cotidiana de soledad, libros y estar refugiado en mi casa.

Pero nada de esto ha sido gratuito, ha conllevado a pagar un precio elevado que me ha marcado muchas heridas, quebrantando el cariño de algunas personas hacia mí. Como tú, mi gran y entrañable amiga Lupita, la hermana que nunca tuve y que me brindó una amistad cercana, la chica que amanecía conversando conmigo aspectos íntimos y no íntimos, mi consejera, mi alma gemela, la ocasionalmente bipolar, la rockera, la frustrada, la débil, inteligente y amorosa… Me duele mucho pensar que ya no somos los mismos y que apartaste todo ese amor hacia mi.

Recuerdo que te conocí casualmente una vez en la iglesia, estuviste yendo regularmente acompañada de tu padre y yo solía verte, te veía rebelde y ruda pero con una cara que reflejaba timidez. La primera vez que cruzamos palabras fue en un encuentro casual que tuvimos en la plaza de Parque Valencia, dónde yo acostumbraba ir a trotar en las tardes. Te vi caminando en la pista de ejercicio y nos saludamos tímidamente, luego me acerqué a ti (tratando de no incomodar) y comencé a buscarte conversación. Fuiste muy receptiva, aunque bastante rara para ser honesto, como si ocultabas sospecha, eso provocó mi atención. Luego de ese dia fue costumbre hacer ejercicio juntos en la plaza, cada vez más fuiste otorgándome más confianza hasta que nuestras conversaciones fueron siendo mucho más profundas. Solíamos tener conversaciones nocturnas de todo, pero particularmente sobre la biblia y el romance que veníamos viviendo de manera independiente con nuestras parejas. Nos dábamos ánimo mutuo. Yo para aquel tiempo tenia una fe sólida, y tú no tanto, de hecho te vestías con franelas de bandas de rock satánicas, pero no por eso dejabas de tener cierta sensibilidad por el cristianismo. Eras todo lo contrario a lo que tu imagen podia emitir.

Después de un tiempo de trato cercano comenzamos a salir a algunos lugares, a pasear, a reír por las calles de la Isabelica y comer los fines de semana hamburguesas, perros calientes y helados… Nuestra amistad era una amistad totalmente pura y sin intenciones ajenas a una amistad verdadera.

A pesar de la profunda amistad que encarnábamos, te confieso, aunque pienso que ya lo sabes, que nunca tuve deseos transgresores hacia ti y quiero creer que tu tampoco hacia mí, pero debo revelarte que me es imposible omitir esos recuerdos pecadores donde varias veces estuvimos al borde del peligro amoroso.

Una vez me invitaste a tu casa, y tus padres salieron justo en el momento en que llegaba, me incitaste a la segunda planta y comenzamos a conversar y reír, de un momento a otro nos miramos fijamente a los ojos y sin decir una palabra sonreímos tímidamente, como si nuestras miradas se dijeron algo y nosotros entorpecimos. Recuerdo que después de eso nos sentamos, nos miramos con suspicacia, y toqué tu pierna, me correspondiste, te acercaste tácticamente a mi, pasaste tus labios por mi cachete arropándome con tu fria mano derecha, y me dijiste al oído; «No, eso no va a pasar».

Quiero aclararte que al llegar a mi casa luego de aquella escena, sentí miedo de que nuestra amistad se pudriera y que pensaras que me embargaban otros sentimientos promiscuos. Pero no, simplemente fui un torpe y me dejé llevar.

Sin embargo días después tuvimos otra oportunidad extraña, cuando nuevamente en tu casa en el momento en que te ayudaba a lavar los platos en el fregadero, me tocaste el trasero y luego te me encimaste con intenciones, que sentí, iban pisando la línea divisora de la osadía y timidez. En mi mente pensé en tomarte y darte un beso pero temía que nuestra amistad se fracturara, así que, por un momento no hice nada hasta que de pronto mi instinto te tomó con mis dos manos por la cintura y te clavé un beso precoz, luego te solté con mucha vergüenza. No me exortaste, ni ocurrió nada desprevenido, pero nuestra amistad iba cobrando una intensidad sexual que despertaba por rayos desenfrenados. Experimentamos varios episodios de coqueteo que solo nuestras memorias lo saben, pero siempre nos respetamos y pienso que nunca nos vimos manteniendo un noviazgo, aunque, es el momento de admitir, fuimos incapaces de contener aquellos relámpagos de alto voltaje que nos solían invadir.

A medida que fui conociéndote fue imposible no abrirme sobre mis padecimientos y exponerte mis dolores psico-emocionales, me dabas consejos brillantes que sirvieron como calmante cuando me hundía, pero tú (irónicamente) padecías los mismos males que yo. A veces, en nuestras conversaciones nocturnas me enviabas notas de voz llorando y mostrándome tu lado más vulnerable; la de esa chica complicada, tímida, risueña, con problemas de autoestima, con arrepentimientos y heridas que no han sido sanadas, yo te escuchaba y te daba sugerencias que después agradecía con mucha pena, luego decías que no, que no querías llorar y que te perdonara por enviarme esas notas de voz, yo sin embargo, sentía compasión porque era una parte oscura de mí que se reencontró contigo.

Pese a tener una amistad tan profunda y cuidada poco a poco me fui alejando, sin darme cuenta, y me fue carcomiendo la apatía, hasta que nuestra amistad fue permaneciendo en el olvido y quedando como dos desconocidos. Pensabas que yo estaba siendo grosero al no responder tus mensajes y creo que tenías una cuota razón, pero a mi defensa, no te respondía no porque te rechazaba, sino que soy un idiota que suele perderse en la nada absoluta, un ser aislado cada vez más de la sociedad y las relaciones cercanas. Jamás me entendiste y poco a poco fuiste terminando de abortar mi amistad hasta que llegaste al límite de eliminar ni número, bloquearme de WhatsApp y me mandaste a decir con tu primo que no querías saber más nada de mi por despreciarte vil mente. ¿¡Yo!? ¿¡despreciarte!? Si supieras que eres de las personas que más quiero en mi vida pero que sufro de incapacidad para vencerme a mí mismo y mis demonios, que no puedo con mi anemia para vivir y que ya no soy en gran medida aquella persona, por cosas que no quiero y no puedo explicar. He perdido tu amistad, he perdido tu amor me duele perderte asi Lupita de esta forma tan vanal. Solo deseo que este no sea el final de nuestra amistad y que en algún momento volvamos a disfrutar aquellas historias que hoy con nostalgia recuerdo.

Lupita siempre te voy a querer. Aquí estaré con los brazos extendido esperando a por ti, sabes (aunque lo niegues) que siempre seré tu insecto, tu alma gemela, tu niño feo y tu mejor amigo, ese mismo que se trasnochaba en las alturas de la noche para conversar contigo.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar